¡Qué hermoso es ser mujer! Creadas a imagen y semejanza de Dios, la otra mitad de la humanidad. Descubrir nuestro andar y nuestra propia identidad en esta vida es una aventura maravillosa.
Con motivo del día de la mujer, hemos querido traerles una serie de reflexiones que tiene como fundamento el magisterio de San Juan Pablo II.
Él ha sido unos de los pontífices que más ha desarrollado el tema en torno a la mujer y nos ha dejado las bases para seguir creciendo en este camino.
Es imposible deslindar la reflexión de JPII de su inmenso amor y admiración por Santa María. Totus Tuus (Todo tuyo), el lema de su pontificado, refleja algo de su profunda piedad mariana y el significando hondo que la imagen de la Virgen María tenía para él.
Esta piedad mariana lleva a san Juan Pablo II a una reflexión extensa sobre la mujer, lo femenino y su papel fundamental en el mundo y dentro de la Iglesia. Hoy viene siendo una herramienta hermosa para acortar esas distancias entre hombres y mujeres.
Sin más, damos paso a estas reflexiones que nos deja Juan Pablo II a lo largo de su magisterio. ¡Los animamos a seguir soñando y pesando en cada una de ellas!
1. Genio femenino
JP II se refiere al «genio femenino» por primera vez en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem y no deja de hablar y pensar en este término a lo largo de su magisterio.
Con él ha tratado de referirse al conjunto de dones y características que tiene que ver con el ser mujer, con la persona femenina.
Dones y cualidades que se manifiestan en todos los pueblos, indistintamente de raza, de credo o cultura. Algo que nos pertenece a todas no solo en nuestro cuerpo, sino en nuestra mente y alma.
Personalmente me encanta que haya utilizado la palabra «genio». Si bien esta palabra tiene varias acepciones, podría pensar que por un lado se refirió a la condición según la cual una mujer obra por ser mujer.
Pero creo que Juan Pablo II pudo también referirse a la acepción de la palabra que implica capacidades extraordinarias para crear cosas nuevas. Una capacidad especial, distinta a la del hombre pero inevitablemente complementaria.
¿Qué te dice a ti este término?, ¿has pensado en tu genio femenino?, en aquello que te hace especial y que de pronto podrías estar rechazando o ignorando. ¡Guárdalo en tu corazón!
2. Mujeres creadas a imagen y semejanza de Dios
Hablar de la dignidad de la mujer hoy en día parece cosa del pasado. ¡Pero por supuesto que somos iguales! Varón y mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios. ¿Por qué tanto lío?
Lo cierto es que muchas veces no entendemos bien lo que significa dignidad. La dignidad tiene que ver con el valor, un valor que encuentra su sustento en ser hijos de Dios, creados a imagen y semejanza de suya, administradores responsables de su creación.
Hablar de dignidad, no es poca cosa. Es algo grande e irrenunciable:
«Se debe hablar de una esencial igualdad. La igualdad evangélica, la igualdad de la mujer y del hombre en relación con las maravillas de Dios constituye la base más evidente de la dignidad y de la vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo» (Milieris Dignitatem).
Necesitamos seguir reflexionando en esta igualdad que trasciende lo biológico, que se trata de personas, de la necesidad de ocupar con igual dignidad (valor y derecho) y oportunidad los distintos espacios en los que los seres humanos se desarrollan.
3. Madre, guardiana y defensora de la vida
No han sido pocos los que han hecho una crítica a la reflexión de JPII por «reducir» el valor y la dignidad de la mujer a su capacidad de ser madre. Personalmente creo que necesitamos ahondar un poco más en este punto que nos podría parecer evidente a primera vista.
Resaltar la capacidad de llevar vida dentro de nuestro propio cuerpo, no necesariamente debería significar en primer lugar un «reduccionismo».
Entiendo de dónde puede venir este reclamo, las mujeres hemos sido madres desde que somos mujeres y, además, somos capaces de mucho más que eso.
Para nosotras, la maternidad, tal vez sea algo dado por sentado. Algo casi sin importancia o de menor importancia que otras capacidades que también poseemos y sobre todo de los lugares que reclamamos como justos para poder desarrollarnos y aportar en ellos.
Valdría la pena que volvamos nuestros ojos a la maternidad, que la miremos de frente y nos maravillemos con su potencia.
Una potencia que trasciende el hecho mismo de ser madres, que a pesar de no serlo, por distintas circunstancias y elecciones, imprime en nosotros una capacidad de amar y cuidar distinta y profunda.
4. Mujeres cabezas de familia
Dios confió el cuidado de la creación al hombre y a la mujer. Ambos a la cabeza, la familia como primer ámbito, como escuela de humanidad tiene a la cabeza a ambos, jefes del grupo familiar. Situación ideal cuando los dos responden con amor, responsabilidad, compromiso y trabajo.
Sucede en nuestros días, pero también lo hemos visto en el transcurso de toda la historia, familias enteras lideradas por la madre. Ya sea por su maternidad soltera, por el abandono del marido o pérdida causada por la muerte. Mujeres que se ganan el sustento con el sudor de la frente y ese trabajo cuesta, porque muchas veces divide.
El trabajo que desempeña la mujer dentro del hogar, cultural y tradicionalmente dado por sentado, es un trabajo de un valor enorme. Exigente, demandante de esfuerzo físico y también emocional.
Un trabajo que innumerables veces ha implicado renuncia. Renuncia a los propios anhelos profesionales, académicos y de desarrollo de los talentos en favor de la familia.
Una labor realmente admirable y que nunca debería ser mirada a menos. Preguntémonos cómo es que la estamos viendo, cómo nos sentimos dentro de las cuatro paredes de nuestro hogar.
El desarrollo profesional de la mujer ha traído a lo largo de la historia progreso. ¿Y por qué no iba a traerlo? Ambos (hombre y mujer) somos capaces cada uno en su propio existir, complementarios justo ahí donde somos distintos.
El mundo profesional tan ambicionado por siglos es hoy una realidad (lamentablemente no en todos los lugares del planeta) y creo que, como cualquier época primitiva, porque aún somos primitivos en esto, nos falta ajustarnos, encontrar nuestros lugares en paz.
Visualizar un camino que nos permita desarrollarnos en el ámbito profesional, personal y con corresponsabilidad en el ámbito familiar al que todos pertenecemos de alguna manera u otra.
5. Mujeres necesitadas de Dios
Creadas a imagen del creador, no podemos vivir sin la fuente misma de la vida. «…cada hombre —varón o mujer— creado a imagen y semejanza de Dios, no puede llegar a realizarse fuera de la dimensión de esta imagen y semejanza» (Mulieris Dignitatem).
El genio femenino no sería genio alguno. Reconocernos necesitadas de Dios es reconocernos sus hijas y es también reconocer nuestra propia dignidad:
«Esta dignidad consiste, por una parte, en la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo, que determina la finalidad tan profunda de la existencia de cada hombre tanto sobre la tierra como en la eternidad» (Mulieris Dignitatem).
El lugar de la mujer en el misterio de la Salvación es innegable. En la figura de María, la mujer perfecta, encontramos el lugar al que debemos volver e imitar para salir al mundo con la confianza depositada también en nosotras por el mismo creador.
6. Mujeres fuertes, al pie de la cruz
«Las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él «enseña» y que él «realiza», incluso cuando esta es la verdad sobre su propia «pecaminosidad».
Por medio de esta verdad ellas se sienten «liberadas», reintegradas en su propio ser. Se sienten amadas por un «amor eterno», por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo» (Mulieris Dignitatem).
Un amor al que ya no son capaces de renunciar, al que permanecerán fieles incluso en la hora más amarga, incluso al pie de la cruz.
No es casualidad que aquellas que estuvieron al pie de la cruz hayan sido en su mayoría mujeres. Mujeres que, en palabras de san Juan Pablo II, entraron en sintonía con Jesús tanto en mente como en corazón.
Cuántas veces en los sufrimientos más amargos, en las circunstancias más extremas, es el empuje de las mujeres, fortalecidas por su amor, grande y hondo, el que llevan a cabo grandes empresas para sobrevivir la miseria, el dolor, el pecado y las propias injusticias de este mundo.
7. Mujeres sabias
Las primeras testigos de la resurrección de Cristo. «Desde el principio de la misión de Cristo, la mujer demuestra hacia él y hacia su misterio una sensibilidad especial, que corresponde a una característica de su femineidad» (Mulieris Dignitatem).
Esta especial sensibilidad nos habla de una percepción de mundo profunda, detallista, amplia, que tal vez por su amplitud en algún momento pudiera parecer superficial.
Y aún así es usual en la mujer que ha vivido, que se reconoce hija de su creador, que ha conocido el dolor de la entrega e incluso de la pérdida, entienda el mundo con una sabiduría particular.
Sabiduría que muchas veces viene acompañada de los años. En un mundo en que la juventud cobra un valor indiscutible y las canas van asociándose a lo inservible, nos perdemos de la sabiduría que acumulan mujeres dejadas a un lado en los distintos rincones del mundo.
Un abandono que se da no por falta de recursos sino por falta de amor. ¿Valoras a las mujeres de tu familia?, ¿cuidas a tu madre, tus abuelas, tus tias?, ¿reconoces en ellas el amor de Cristo y la dulzura de María?
8. Mujer educadora de la paz
Ya Pablo VI en un potente mensaje a las mujeres en el Concilio Vaticano II, nos llamaba a ser guardianas de la paz mundial. Siendo la otra mitad de la humanidad a nosotras las mujeres nos toca no solo seguir reflexionando en el rol que nos toca cumplir y que siempre ha sido nuestro dentro de la historia del pueblo de Dios, sino también ir descubriéndolo y libremente actuar guiadas por el amor a Dios.
«La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial al hombre, es decir, el ser humano».
La reflexión de JPII que vuelve una y otra vez sobre la potencia de la maternidad en la mujer necesita ser ahondada. No es un dato menor, es un dato que habla del compromiso, incluso corporal, de la mujer con el fin último de la creación y el bienestar del ser humano.
9. Mujer complemento mutuo del varón
En un mundo golpeado por el divorcio cada vez más hondo entre hombres y mujeres, san Juan Pablo II nos invita a mirar el llamado común que tenemos hombres y mujeres. Llamado que en un primer lugar y no de menor importancia, se puede dar en el matrimonio, pero no únicamente.
Si bien el matrimonio es también un lugar de reconciliación entra ambos, la unidad entre hombre y mujer se da en distintos espacios y de distintas maneras.
«En la «unidad de los dos» el hombre y la mujer son llamados desde su origen no solo a existir «uno al lado del otro», o simplemente «juntos», sino que son llamados también a existir recíprocamente, «el uno para el otro» (Mulieris Dignitatem).
Al negarnos a esta cooperación mutua que no se limita ni tampoco se reduce a una compañía de iguales, negamos la grandeza a la que podemos llegar juntos
Que este hermoso legado de san Juan Pablo II nos anime a seguir profundizando en nuestra propia identidad. Y que, siguiendo su magisterio que el espíritu de Cristo nos ilumine a seguir buscando y descubrir el significado pleno de nuestra femineidad.
¡Feliz día de la mujer!
Publicado originalmente en Catholic Link