Cada 22 de julio la Iglesia Católica celebra la fiesta de Santa María Magdalena, discípula del Señor, llamada así por ser originaria de “Magdala”, población que estaba situada en la orilla occidental del Lago de Genesaret (mar de Galilea).
Mujer que anuncia la Pascua
María Magdalena fue seguidora de nuestro Señor Jesucristo, quien la escogió para ser testigo de su resurrección, incluso, antes que los apóstoles. Por eso, fue ella quien recibió el encargo de testimoniar la victoria del Maestro sobre la muerte.
Ese llamado particular dentro de su discipulado convierte a Santa María Magdalena en modelo para todo aquel que está llamado a evangelizar; porque es ella quien encarna la figura de la mujer que anuncia el mensaje gozoso y central de la Pascua: la vida nueva en Cristo.
El Papa Emérito Benedicto XVI en 2006 resumía con precisión cuán relevante es ella en la vida cristiana: “La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte”.
Discípula firme y fiel
El Evangelio está lleno de referencias a María Magdalena: como la pecadora (Lc. 7, 37-50); como una de las mujeres que seguían al Señor (Jn. 20, 10-18) y como María de Betania, la hermana de Lázaro (Lc. 10, 38-42). La liturgia romana identifica a las tres mujeres con el nombre de María Magdalena, como lo hace la tradición occidental desde la época de San Gregorio Magno (s. VI – inicios del s. VII).
Santa María Magdalena siguió a Jesús hasta el Calvario y estuvo ante su cuerpo yacente. En la mañana del domingo de Resurrección, fue ella la primera que vio a Cristo resucitado y glorioso. Como consecuencia, la Iglesia reconoce su centralidad en la vida del Señor Jesús y de la primera comunidad cristiana, tal y como queda en evidencia en las narraciones del Evangelio.
«A quien poco se le perdona, poco amor muestra» (Lc 7, 47)
Siempre que volvemos sobre Santa María Magdalena es necesario profundizar en el misterio de la misericordia de Dios. Ella, sin Jesús, había hecho de su vida extravío y perdición. María llevaba el alma herida, y no conocía su propio valor.
Es Jesús quien le revela el sentido de su vida y dignidad. En ese sentido, la conversión de María Magdalena es un preclaro ejemplo del poder transformador de la gracia, capaz de darnos una nueva vida, libres del poder del pecado y sus consecuencias. El perdón reconstruye lo que estaba roto y da a luz un ‘hombre nuevo’ que anuncie el Amor.
Oración
Señor, Dios nuestro, Cristo, tu unigénito, confió, antes que a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por la intercesión y el ejemplo de aquella cuya fiesta celebramos, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Publicado originalmente en ACI Prensa