Tenemos la convicción de que Dios sabe por qué pasan las cosas y de que Dios se vale del tiempo, de las experiencias y de las personas para enseñarnos muchas otras. Aprendemos a través de los años (y seguiremos aprendiendo) qué significa realmente ser un verdadero amigo. Por ello, queremos compartirte algunas de las lecciones que Dios nos ha enseñado con respecto al tema de la amistad.
1. La verdadera amistad respeta el espacio, el tiempo y la libertad del otro
Cuando encuentras amigos de verdad, quieres estar con ellos, compartirles todo lo que llevas dentro, te sientes a gusto, puedes ser tú mismo. Pero, se corre el peligro de querer polarizar toda su atención. Y con los medios que contamos, incluso podemos ser invasivos e incómodos.
Tenemos muy buenas intenciones, pero muchas veces no nos damos cuenta de que podemos hacer más mal que bien. Los buenos amigos saben ponerse límites. Los buenos amigos no se presionan. Saben que tienen delante de sí una joya preciosa que no pueden romper.
Si quieres a tu amigo, dale espacio, dale tiempo. Él o ella no tienen la obligación de contarte todo lo que traen dentro. No tienen la obligación de decirte que sí a todo. No tienen la necesidad de estar de acuerdo contigo en todo. ¿Por qué? Por el simple hecho de que cada uno de nosotros es diferente y es libre.
Si Dios, que es nuestro gran amigo y pudiéndonos obligar no lesiona nuestra libertad, sino que nos respeta delicadamente, entonces ¿con qué cara podemos herir la libertad del otro?
2. Nos viene muy bien que muchas veces nos digan «no»
Vivimos en una sociedad que dice «sí» a todo, pero que no sabe ponerse límites. Yo he aprendido a decir no y dar con claridad mis motivos. Si tus amigos realmente te quieren, sabrán respetarte y esperarte. Dios, que es nuestro mejor amigo, sabe esperarnos con paciencia.
Él tiene todos los medios para ayudarnos a superar malos ratos, pero espera el mejor momento, para que una vez que estemos más receptivo y dispuestos, podamos acogerle de mejor manera.
Señor, te pedimos en este día la gracia de respetar la libertad de cada uno de nuestros amigos y amigas. Así como Tú nos tratas, ayúdanos a cuidar de cada uno de ellos. Tú nos has llamado para ser reflejo de tu amor.
3. Mi amigo es tu amigo
Es una prueba de gran sinceridad y generosidad el poder compartir lo mejor que tenemos, ¿y qué mejor que los amigos? Para entender mejor este punto, te queremos compartir la homilía del P. Raniero Cantalamessa, OFM, predicador papal, donde hablaba sobre los amigos de Jesús, y este texto de manera especial nos pone a meditar acerca de nuestras amistades:
«Las amistades más seguras son las que se cultivan juntos, como pareja. Entre las amistades cultivadas separadamente, aquellas con personas del propio sexo crearán menos problemas que las de sexo distinto. Frecuentemente en estos casos es castigada la presunción, el hecho de creerse por encima de toda sospecha y de todo peligro.
Películas con títulos del tipo: «La mujer de mi mejor amigo» hablan del tema… Pero aparte de este hecho extremo, se crean problemas prácticos serios. El amigo no puede tener más importancia que el cónyuge. No se puede salir todas las noches con los amigos dejando al otro (¡con mayor frecuencia a la otra, a la esposa!) sola en casa.
También para las personas consagradas las amistades más seguras son las compartidas con el resto de la comunidad. Hablando de Lázaro, Jesús no dice «mi amigo Lázaro», sino «nuestro amigo Lázaro». Lázaro y sus hermanas se habían hecho amigos también de los apóstoles, según el célebre principio «los amigos de mis amigos son mis amigos».
Así eran las grandes amistades entre algunos santos, por ejemplo, entre Francisco de Asís y Clara. Francisco es hermano y padre de todas las religiosas. Clara es la hermana y la madre de todos los frailes». (Comentario al XVI Domingo del Tiempo Ordinario C, 2007)
Nos podemos preguntar, después de haber leído este texto: «Si Cristo es nuetsro mejor amigo, ¿por qué nos da pena compartir mi amistad con Cristo a mis demás amigos? ¿A Cristo le oculto amigos y amigas?». Si existe una amistad sincera y generosa, no podemos ocultar que tenemos mejores amigos y no podemos guardarnos los amigos para nosotros mismos, sino compartirlos con los demás.
4. La amistad en Cristo
Para los cristianos nuestra amistad no se limita meramente al plano horizontal, sino que estamos llamados a colocarla y vivirla también a un nivel vertical. Es decir, vivir una real y profunda amistad en Cristo.
Recordamos que, hablando una ocasión con varios amigos, los cuales nos agradecían su amistad, les pudimos expresar que nuestro mayor temor no era perder su amistad, sino que perdiéramos la amistad con Cristo. Les pedimos (y les pedimos a ustedes también) que el día en que vean que nosotros les alejemos de Cristo, no duden en cortar nuestra amistad. Cristo es nuestro mejor amigo y quiere ser también el suyo.
Todos tenemos amigos que no son amigos de Cristo. Muchos han tenido malas experiencias en sus hogares, parroquias, etc., y se han rebelado contra Él. Es muy difícil y duro encontrarte con estas situaciones. Nos damos cuenta, en la gran parte de estos casos, que no conocen realmente cómo es Cristo. Se han quedado con una mala o pobre experiencia de Él. Ahí es donde nos toca (y les toca) revelar el verdadero rostro de este amigo. Nos toca (y les toca) dar el consuelo que solamente Cristo, amigo fiel que nunca falla, nos puede dar.
Terminamos estas líneas abriendo nuestro corazón a Jesús, el modelo de todo amigo, el Amigo con mayúscula: Señor, sé Tú nuestro mejor amigo. Te presentamos a cada uno de nuetsros amigos y amigas. Son excelentes, pero te necesitan más a Ti que a nosotros. Dales tu consuelo. Ayúdales en sus necesidades espirituales y corporales.
Hazles reír como nos haces reír. Enjuga sus lágrimas como Tú enjugas las nuestras. Diles que los amas con pasión como cuando nos abrazas cada día en que te recibimos en la comunión. Llévanos a todos al cielo.
Artículo elaborado por P. Alexis Iván Gatica Andrade para Catholic Link.