Rezar, buscarlo, descansar en su presencia… muchos quisiéramos pasar todo el día cerca de Dios buscando su silencio, su paz, su gracia, su compañía.
La oración nunca es una obligación sino más bien una necesidad. Así suele ser. Pero a menudo pensamos que tenemos que rezar, que debemos hacerlo. Que si rezamos Dios va a estar contento aplaudiendo por nuestra generosidad.
Es como el diálogo con las personas a las que amamos. No es una obligación. Es una necesidad para que la relación crezca y madure.
Necesitamos hablar más con la persona amada. Entregarle la vida, entregarnos por completo. Hacerlo con palabras siempre ayuda. Decir te quiero a quien amamos no es obligatorio, pero ayuda.
No es obligatorio contarle nuestras cosas a quien nos ama y espera, si no lo hacemos tal vez no puedan exigírnoslo, así como nunca podemos exigir la confianza.
Pero si abrimos el corazón y entregamos lo que llevamos dentro todo es más fácil, el amor se hace más hondo. Un amor en el que hay comunicación se mantiene vivo, fresco, crece. Lo mismo pasa con la oración.
Rezar ayuda a guardar su presencia
Rezar es un diálogo en el que se escucha y habla. Es una conversación en la que hecemos silencio para escuchar a Dios y le contamos todas nuestras penas, problemas, preocupaciones y damos gracias. Es el camino que queremos recorrer.
Rezar con intensidad es tener a Dios presente todos los días de nuestra vida, en todo momento. Es esa presencia que no se va de nuestra alma.
Y no es que nos alejemos perdiéndonos en el mundo. Sino estar presente, captando la realidad y descubriendo la caricia de Dios en todo lo que vivimos.
Cuando la oración se vuelve necesaria en nuestra vida es cuando hemos hecho un gran avance. Cuando necesitamos guardar silencio y desconectar de todos esos ruidos que nos quitan la paz.
Silencio, escucha
Orar es estar en silencio ante Dios, contemplando sus pasos en nuestra vida. Es mirar el presente, nuestro pasado, buscando sus huellas. Orar es alabar con cantos que brotan del alma, con sonidos inefables Dios intenta tocar nuestro corazón.
Orar es dejar que la Palabra de Dios penetre nuestras entrañas y nos muestre su querer.
En muchas ocasiones no sabremos lo que Dios espera de nosotros. No sabremos si lo estamos haciendo bien en los trabajos, en la familia, en nuestra vida personal. Tendremos que tomar decisiones, tomar opciones, elegir. Lo haremos bien o mal, depende.
Nunca estaremos totalmente seguros de si estamos en el camino que Dios desea. A veces sólo basta escuchar el silencio, y no habrá más señales. Y nos quedaremos contemplando la naturaleza pidiendo la paz. Porque rezar nos da paz, nos da alegría, calma nuestro stress, centra nuestros pasos.
Orar no es obligatorio
Orar es una necesidad, no es obligatorio. Como no es obligatorio ser generoso y magnánimo. En el amor no hay medida, tampoco en la oración. Nadie nos dice cuánto hay que rezar. Cuando no rezamoz el alma se empobrece. Cuanto menos cuidamos la oración menos la necesitamos.
El amor que no se cuida pide poco. Se va apagando en el silencio de la falta de diálogo y cuidado del amor. Santa Teresa pasó muchos años viviendo en la sequedad, lejos de Dios estando consagrada a Él:
«Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas».
Se hallaba seca por dentro, sin una fuerte vida interior.
¿Cómo está mi vida de oración?
Al comenzar la cuaresma nos pregunto cómo es la salud de nuestra vida de oración. ¿Es intensa?. ¿Agradecemos a Dios por todo lo que tenemos, por lo que me nos ha dado para vivir en su presencia? Agradecer es el fruto de un corazón unido a Jesús.
Nos gustaría caminar con Jesús durante esta cuaresma, de su mano. Caminar a su lado es rezar, buscarlo, descansar en su presencia. Es así como nos gustaría vivir en estos días. Sin hacer ostentación. Orar en el silencio de nuestro cuarto, en lo oculto del corazón.
No necesitamos contar todo lo que hacemos ni siquiera llevar cuentas. Ojalá pasáramos todo el día cerca de Dios buscando su silencio, su paz, su gracia.
No está más contento Dios con nosotros cuando le hacemos mucho caso. Él siempre espera a la puerta de nuestro corazón a que salga y vaya a buscarlo.
Cuidar lo que nos ayuda a conectar con Dios
Debemos cuidar nuestros lugares de oración en los que podemos descansar. Esa capilla que nos invita a rezar, el santuario, esa ermita de María donde Ella nos espera, nuestro santuario hogar, el santuario de nuestro corazón.
La cuaresma es una invitación a ir al desierto y subir al monte. Buscar la soledad para estar con uno mismo, con Dios, con María. En ese encuentro diario podremos dejar que nuestra vida pase ante los ojos de Dios. Entregarle nuestras penas y dolores, miedos y angustias.
Dios los tomará en sus manos y nos librará de todo lo que nos pesa y angustia.
La cuaresma es dejar que su amor golpee la puerta y nos haga descansar. Su presencia nos llenará de alegría.
Publicado originalmente en Aleteia